domingo, 23 de mayo de 2010

mis hadas

donde vivien las hadas

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¿Donde viven las hadas?
Las hadas residen, habitualmente, en los bosques frondosos, porque es allí donde se ven rodeadDonde viven las Hadasas de todas esas flores silvestres tan llamativas y coloridas que tanto les alegran y les atraen.

sábado, 22 de mayo de 2010

las hadas y los duendes

El hombre sólo cree lo que ve en una actitud netamente mental, por eso siempre ha negado la posibilidad de otro tipo de vida. Lo cierto es que el ser no podría sobrevivir si esto fuese así. Existen otras corrientes de vida paralelas al humano aunque no se vean.
Teofrastus Bombastus Von Hohenheim llamado Paracelso, fue uno de los médicos más famosos en Europa en el siglo XVI; escribió; una obra inmensa que abarca tratados médicos, alquímicos, filosóficos y teológicos incluyendo "El libro de las Ninfas, los Silfos, los Pigmeos, las Salamandras y demás espíritus" publicado en 1591.
En este último libro se inspiraron Goethe, los hermanos Grimm y Heine para realizar sus obras. Hoy, a cuatro siglos de esto, todavía el hombre desconoce muchas cosas de esta corriente de vida.
Trataré de dar en esta nota la escala evolutiva de estos seres a los que llamamos elementales.

Rudimes:


Son los seres con menos evolución de toda la escala. Corresponden al plano Astral. Miden 2,5 cm. de altura. Carecen de inteligencia y conciencia. Trabajan en grupos de a miles, se mueven constantemente, logrando con su movimiento aumentar la frecuencia vibratoria de los vegetales. Sienten amor grupal y hacia la vida vegetal. Se alimentan de la frecuencia poder. Están en plano físico alrededor de un mes para luego ir al plano astral por diez años.

Unites:


Miden alrededor de 5 cm. Permanecen l año en plano físico y 100 años en plano astral.
Trabajan en grupos y forman dentro de éstos, sub-grupos. Tienen ya un poco de conciencia y forman parejas. En las parejas de los elementales se intercambian poder.

Minutes:


Miden entre 1 y 2 pulgada, viven 5 años en plano físico y luego se trasladan al plano astral por 500 años. Trabajan distintos elementos comandados por las hadas.

Nomenes o Gnomos:


Viven 25 años en el plano físico y luego van al plano astral alrededor de 1000 años. Trabajan el suelo y las raíces de los árboles dándoles poder. Hacen sus casas en los troncos de los árboles.
Poseen mediana inteligencia, tienen apariencia de viejitos y son muy graciosos. Los primeros tiemp
os que pasan en este plano lo hacen alejados del hombre ya que no les resulta fácil adaptarse a la frecuencia que nosotros manejamos, mucho menos soportan los ruidos de las ciudades. Son muy similares en conductas a los niños ya que suelen ser muy traviesos.


Trabajan alejados del hombre, generalmente en los claros de los bosques o montañas.
Guían en sus tareas a los Minutes y Unites; generan círculos de poder dentro de los cuales se trabaja. Modelan sus propios cuerpos de acuerdo al poder adquirido, y es un orgullo para ellos los grados de hermosura que van logrando, ya que esto es producto de su trabajo. Están alrededor de 500 años en plano físico; deciden cuándo volver, pero rara vez lo hacen antes de los 5000 años.
En el tiempo que transcurren en el plano astral se transforman en FARES o HADAS, que ya pertenecen al plano mental, y que veremos más adelante en detalle. Mucho tenemos que aprender de estos seres ya que la armonía y el trabajo son su estilo de vida. Gozan cuando han realizado bien su tarea, respetan los tiempos de recreo y juegan alegremente, para luego volver al trabajo en el mismo estado.

Existen muchas clases de duendes. Son esos seres diminutos que, según el folklore popular, viven entre las flores, de los bosques, y no hay que confundirlos con los gnomos, porque los duendes tienen poderes mágicos como las ninfas o las hadas.

El color de su piel puede variar: los hay azules, verdes y rojos, pero los más frecuentes son los que se parecen al hombre, aunque muchísimo más pequeños. Sus casas son a menudo grandes setas , y es muy difícil localizar donde se encuentran sus diminutos poblados. Diminutos en cuanto al tamaño de sus viviendas, pero no en población, porque a los duendes les encanta vivir en comunidades grandes.

Si quieres buscarlos no es sencillo, pero tampoco imposible; porque al igual que las hadas o las ninfas, sienten debilidad por los niños, porque en el fondo ellos son niños, y es fácil encontrarlos si conservas esa chispa de niñez en tu interior, esa luz de inocencia y fantasía; entonces puedes llegar a verlos y disfrutar de su compañía y sabiduría. Los duendes son seres mágicos y les gusta transmitir y enseñar su magia, pero para que ello suceda, debes ser de corazón puro y noble.

Un escritor británico señaló en uno de sus libros: "Toda la naturaleza está llena de gente invisible. Algunos de ellos son feos y grotescos, otros malintencionados o traviesos. Muchos tan hermosos como nadie haya jamás soñado... y los hermosos no andan lejos de nosotros cuando caminamos por lugares espléndidos y en calma..."

"Todo está lleno de dioses", decían a su vez los antiguos griegos, para quienes la Naturaleza, la Physis, estaba animada en todos sus rincones por espíritus y deidades, teniendo una comprensión holística (global) del organismo vivo que era la Tierra (Gea, la Gran Madre), teoría recientemente resucitada por grupos ecologistas como la "hipótesis Gaia", en la que el hombre está plenamente integrado con el resto de la vida natural, en lugar del abierto enfrentamiento que se da actualmente en nuestra cultura, amenazando con acabar no sólo con la naturaleza sino con el propio hombre. Eso, claro, si la naturaleza no acaba antes con nosotros...

Pues bien: para los griegos el hombre, parte del mundo natural, tenía un trato familiar con aquellas fuerzas que animaban y representaban los elementos, la tierra, el agua o las plantas. Prácticamente existe un mito para cada planta, río, fuente, bosque y rincón de las tierras helenas. En las idílicas llanuras de la Arcadia los mortales avistaban sin mayor dificultad a Faunos, Silvanos y Silenos, los espíritus animales guardianes de los bosques que la tradición ha consagrado con cuernos y cuartos traseros de cabra. Es su patrón Pan, a quien sin duda todos hemos visto representado tocando su flauta, la siringa, música ensoñadora que Debussy tan bien reprodujo en su "Preludio a la siesta de un Fauno"...

Desde los inicios de la historia conocida, los seres diminutos o gnomos han ocupado una posición importante en las culturas populares del mundo. En otro tiempo, cuando todo árbol tenía un nombre, cuando cada siervo era reconocido individualmente, los gnomos progresaron y se multiplicaron en el campo y en las aldeas. Se les conocía y nombraba por su nombre propio y eran numerosos y muy poderosos, jugaban un papel muy importante en la vida cotidiana. En aquellos tiempos, los hombres no se consideraban los dueños absolutos de nuestro planeta. El mundo estaba poblado no sólo por los humanos sino también por los gigantes, dioses, monstruos, fantasmas , espíritus y elfos, mucho de ellos tan listos, poderosos y fuertes como el mismo hombre.

Con la difusión del Cristianismo, la creencia en los espíritus y en los "falsos" dioses fue desapareciendo, pero a pesar de todo ellos siguieron teniendo contactos con los humanos. Los elfos son espíritus tristes, vengativos, pesados, bromistas o llenos de odio, dependiendo de las circunstancias, polifacéticos como la propia naturaleza. Se les considera una 'fauna psíquica' que toma multitud de formas, apareciendo como bellezas iridiscentes, o como ancianos jorobados, como cabras , langostas, gatos, piedras, plantas , incluso como ráfagas de viento. Alcanzan medidas que van desde la talla de un hombre hasta la pequeñez de algunos que pueden esconderse tras una brizna de hierba.

Generalmente no están sujetos a las leyes materiales de nuestra existencia y a veces poseen la virtud de viajar instantáneamente a través de las dimensiones y desaparecen de repente. Debido a estas propiedades y características ha sido siempre difícil para los hombres poder ver a los elfos. Los niños poetas, los videntes, los curanderos, los magos, los alquimistas, o los que están dotados con el llamado 'Tercer Ojo' y están en paz con su entorno natural, han sido quienes históricamente han tenido más oportunidades de entrar en contacto con los gnomos y demás elfos. Los relatos de estos encuentros fueron al principio transmitidos por la tradición oral. Las drogas alucinógenas o venenosas, junto con complicados rituales de iniciación y experimentación, llevan mucho tiempo siendo usadas para facilitar la comunicación con los elfos y otros seres fantásticos; pero todas las descripciones coinciden en que el principal requisito previo para poder verlos es poseer una cierta afinidad emocional, algo así como un parentesco de sangre con ellos. Sin embargo, las relaciones sexuales o de otra clase con los elfos se han descrito como muy difíciles de mantener, debido a la existencia de numerosos tabúes.

Sólo a partir del siglo XIX se empezaron a transcribir narraciones de las historias orales más antiguas y a dejarse constancia de ellas mediante la escritura, y así se han conservado. Ahora que los gnomos se han retirado y retraído ante el hombre, a causa de sus ciudades ruidosas y contaminadas y de todo el daño que los humanos causan a la Naturaleza, aún es más difícil establecer contacto con ellos. Muchos relatos de encuentros recientes son tan fragmentarios que fácilmente se olvidan y quienes se encuentran realmente con un elfo, se inclinan a creer que su experiencia fue tan sólo una quimera o que la imaginación les jugó una mala pasada.


mis hadas


si alguien dice que las hadas no se enamoran, esta totalmente equivocado.
esta es la historia del hada Lia que se enamoro de de la persona equivocada.
Lia era un hada hermosa, todos la querian. con sus ojos violetas conseguia todo lo que queria, menos a su amor.
ella es enamoro de un ser humano, pero él no podia estar con ella. el era majestuoso, un verdadero galán.
se conocieron en el baile de la primavera, donde bailaron hasta al amanecer, y ambos se dieron cuenta que estaban hechos el uno para el otro.
pero la familia de él no la aseptaba e hicieron todo lo posible por tratar de alejar al hada. le ofrecieron joyas, dienro, todas las riquezas existidas, pero ella no lo asepto y siguió luchando por su amor.
un día las cosas se pusieron mal, la familia de Char se opuso y la fueron a matar, pero Char llegó antes y se la llevó lejos para poder vivir en paz. pero la familia los siguió y ellos no encontraron otra solución que morir juntos, para que nunca los puedan separ.
buscaron un cuchillo de plata y se cortaron. la sangre que corrió regó el amor de esra joven pareja y creó una flor majestuosa, que representa este amor...

la historia de los duendes

En una antigua ciudad abacial, en el sur de esta parte del país, hace mucho, pero que muchísimo tiempo -tanto que la historia debe ser cierta porque nuestros tatarabuelos creían realmente en ella-, trabajaba como enterrador y sepulturero del campo santo un tal Gabriel Grub. No se deduce en absoluto de ello que porque un hombre sea enterrador y esté rodeado constantemente por los emblemas de la mortalidad, tenga que ser un hombre melancólico y triste; entre los funerarios se encuentran los tipos más alegres del mundo; en una ocasión tuve el honor de trabar amistad íntima con uno muy silencioso que en su vida privada, fuera de ser necio, era el tipo más cómico y jocoso que haya gorjeado nunca canciones procaces, sin el menor tropiezo en su memoria, ni que haya vaciado nunca el contenido de un buen vaso sin detenerse ni a respirar. Pero no obstante estos precedentes que parecen contrariar la historia, Gabriel Grub era un tipo malparado, intratable y arisco, un hombre taciturno y solitario que no se asociaba con nadie sino consigo mismo, aparte de con una antigua botella forrada de mimbre que ajustaba en el amplio bolsillo de chaleco, y que contemplaba cada rostro alegre que pasaba junto a él con tan poderoso gesto de malicia y mal humor que resultaba difícil enfrentarlo sin tener una sensación terrible.

Poco antes del crepúsculo, el día de Nochebuena, Gabriel se echó al hombro el azadón, encendió el farol y se dirigió hacia el cementerio viejo, pues tenía que terminar una tumba para la mañana siguiente, y como se sentía algo bajo de ánimo pensó que quizá levantara su espíritu si se ponía a trabajar enseguida. En el camino, al subir por una antigua calle, vio la alegre luz de los fuegos chispeantes que brillaban tras los viejos ventanales, y escuchó las fuertes risotadas y los alegres gritos de aquellos que se encontraban reunidos; observó los ajetreados preparativos de la alegría del día siguiente y olfateó los numerosos y sabrosos olores consiguientes que ascendían en forma de nubes vaporosas desde las ventanas de las cocinas. Todo aquello producía rencor y amargura en el corazón de Gabriel Grub; y cuando grupos de niños salían dando saltos de las casas, cruzaban la carretera a la carrera y antes de que pudieran llamar a la puerta de enfrente, eran recibidos por media docena de pillastres de cabello rizado que se ponían a cacarear a su alrededor mientras subían todos en bandada a pasar la tarde dedicados a sus juegos de Navidad, Gabriel sonreía taciturno y aferraba con mayor firmeza el mango de su azadón mientras pensaba en el sarampión, la escarlatina, el afta, la tos ferina y otras muchas fuentes de consuelo.

Gabriel caminaba a zancadas en ese feliz estado mental: devolviendo un gruñido breve y hosco a los saludos bien humorados de aquellos vecinos que pasaban junto a él, hasta que se metía en el oscuro callejón que conducía al cementerio. Gabriel llevaba ya tiempo deseando llegar al callejón oscuro, porque hablando en términos generales era un lugar agradable, taciturno y triste que las gentes de la ciudad no gustaban de frecuentar, salvo a plena luz del día cuando brillaba el sol; por ello se sintió no poco indignado al oír a un joven granuja que cantaba estruendosamente una festiva canción sobre unas navidades alegres en aquel mismo santuario que había recibido el nombre de CALLEJÓN DEL ATAÚD desde la época de la vieja abadía y de los monjes de cabeza afeitada. Mientras Gabriel avanzaba la voz fue haciéndose más cercana y descubrió que procedía de un muchacho pequeño que corría a solas con la intención de unirse a uno de los pequeños grupos de la calle vieja, y que en parte para hacerse compañía a mismo, y en parte como preparativo de la ocasión, vociferaba la canción con la mayor potencia de sus pulmones. Gabriel aguardó a que llegara el muchacho, lo acorraló en una esquina y lo golpeó cinco seis veces en la cabeza con el farol para enseñarle a modular la voz. Y mientras el muchacho escapó corriendo con la mano en la cabeza y cantando una melodía muy distinta, Gabriel Grub sonrió cordialmente para sí mismo y entró en el cementerio, cerrando la puerta tras de sí.

Se quitó el abrigo, dejó en el suelo el farol y metiéndose en la tumba sin terminar trabajó en ella durante una hora con muy buena voluntad. Pero la tierra se había endurecido con la helada y no era asunto fácil desmenuzarla y sacarla fuera con la pala; y aunque había luna, ésta era muy joven e iluminaba muy poco la tumba, que estaba a la sombra de la iglesia. En cualquier otro momento estos obstáculos hubieran hecho que Gabriel Grub se sintiera desanimado y desgraciado, pero estaba tan complacido de haber acallado los cantos del muchachito que apenas se preocupó por los escasos progresos que hacía. Cuando llegada la noche hubo terminado el trabajo, miró la tumba con melancólica satisfacción, murmurando mientras recogía sus herramientas:

Valiente acomodo para cualquiera,
valiente acomodo para cualquiera,
unos pies de tierra fría cuando la vida ha terminado,
una piedra en la cabeza, una piedra en los pies,
una comida rica y jugosa para los gusanos,
la hierba sobre la cabeza, y la tierra húmeda alrededor,
¡valiente acomodo para cualquiera,
aquí en el camposanto!

-¡Ja, ja! -echó a reír Gabriel Grub sentándose en una lápida que era su lugar de descanso favorito; fue a buscar entonces su botella-. ¡Un ataúd en Navidad! ¡Una caja de Navidad! ¡Ja, ja, ja!

-¡Ja, ja, ja! -repitió una voz que sonó muy cerca detrás de él.

En el momento en el que iba a llevarse la botella a los labios, Gabriel se detuvo algo alarmado y miró a su alrededor. El fondo de la tumba más vieja que estaba a su lado no se encontraba más quieto e inmóvil que el cementerio bajo la luz pálida de la luna. La fría escarcha brillaba sobre las tumbas lanzando destellos como filas de gemas entre las tallas de piedra de la vieja iglesia. La nieve yacía dura y crujiente sobre el suelo, y se extendía sobre los montículos apretados de tierra como una cubierta blanca y lisa que daba la impresión de que los cadáveres yacieran allí ocultos sólo por las sábanas en las que los habían enrollado. Ni el más débil crujido interrumpía la tranquilidad profunda de aquel escenario solemne. Tan frío y quieto estaba todo que el sonido mismo parecía congelado.

-Fue el eco -dijo Gabriel Grub llevándose otra vez la botella a los labios.

-¡No lo fue! -replicó una voz profunda.

Gabriel se sobresaltó y levantándose se quedó firme en aquel mismo lugar, lleno de asombro y terror, pues sus ojos se posaron en una forma que hizo que se le helara la sangre.

Sentada en una lápida vertical, cerca de él, había una figura extraña, no terrenal, que Gabriel comprendió enseguida que no pertenecía a este mundo. Sus piernas fantásticas y largas, que podrían haber llegado al suelo, las tenía levantadas y cruzadas de manera extraña y rara; sus fuertes brazos estaban desnudos y apoyaba las manos en las rodillas. Sobre el cuerpo, corto y redondeado, llevaba un vestido ajustado adornado con pequeñas cuchilladas; colgaba a su espalda un manto corto; el cuello estaba recortado en curiosos picos que le servían al duende de gorguera o pañuelo; y los zapatos estaban curvados hacia arriba con los dedos metidos en largas puntas. En la cabeza llevaba un sombrero de pan de azúcar de ala ancha, adornado con una única pluma. Llevaba el sombrero cubierto de escarcha blanca, y el duende parecía encontrarse cómodamente sentado en esa misma lápida desde hacía doscientos o trescientos años. Estaba absolutamente quieto, con la lengua fuera, a modo de burla; le sonreía a Gabriel Grub con esa sonrisa que sólo un duende puede mostrar.

-No fue el eco -dijo el duende.

Gabriel Grub quedó paralizado y no pudo dar respuesta alguna.

-¿Qué haces aquí en Nochebuena? -le preguntó el duende con un tono grave.

-He venido a cavar una tumba, señor- contestó, tartamudeando, Gabriel Grub.

-¿Y qué hombre se dedica a andar entre tumbas y cementerios en una noche como ésta? -gritó el duende.

-¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub! -contestó a gritos un salvaje coro de voces que pareció llenar el cementerio. Temeroso, Gabriel miró a su alrededor sin que pudiera ver nada.

-¿Qué llevas en esa botella? -preguntó el duende.

-Ginebra holandesa, señor -contestó el enterrador temblando más que nunca, pues la había comprado a unos contrabandistas y pensó que quizá el que le preguntaba perteneciera al impuesto de consumos de los duendes.

-¿Y quién bebe ginebra holandesa a solas, en un cementerio, en una noche como ésta? -preguntó el duende.

-¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub! -exclamaron de nuevo las voces salvajes.

El duende miró maliciosamente y de soslayo al aterrado enterrador, y luego, elevando la voz, exclamó:

-¿Y quién, entonces, es nuestro premio justo y legítimo?

Ante esa pregunta, el coro invisible contestó de una manera que sonaba como las voces de muchos cantantes entonando, con el poderoso volumen del órgano de la vieja iglesia, una melodía que parecía llevar hasta los oídos del enterrador un viento desbocado, y desaparecer al seguir avanzando; pero la respuesta seguía siendo la misma:

-¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub!

El duende mostró una sonrisa más amplia que nunca mientras decía:

-Y bien, Gabriel, ¿qué tienes que decir a eso?

El enterrador se quedó con la boca abierta, falto de aliento.

-¿Qué es lo que piensas de esto, Gabriel? -preguntó el duende pateando con los pies el aire a ambos lados de la lápida y mirándose las puntas vueltas hacia arriba de su calzado con la misma complacencia que si hubiera estado contemplando en Bond Street las botas Wellingtons más a la moda.

-Es... resulta... muy curioso, señor -contestó el enterrador, medio muerto de miedo-. Muy curioso, y bastante bonito, pero creo que tengo que regresar a terminar mi trabajo, señor, si no le importa.

-¡Trabajo! -exclamó el duende-. ¿Qué trabajo?

-La tumba, señor; preparar la tumba -volvió a contestar tartamudeando el enterrador.

-Ah, ¿la tumba, eh? -preguntó el duende-. ¿Y quién cava tumbas en un momento en el que todos los demás hombres están alegres y se complacen en ello?

-¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub! -volvieron a contestar las misteriosas voces.

-Me temo que mis amigos te quieren, Gabriel -dijo el duende sacando más que nunca la lengua y dirigiéndola a una de sus mejillas... y era una lengua de lo más sorprendente-. Me temo que mis amigos te quieren, Gabriel -repitió el duende.

-Por favor, señor -replicó el enterrador sobrecogido por el horror-. No creo que sea así, señor; no me conocen, señor; no creo que esos caballeros me hayan visto nunca, señor.

-Oh, claro que te han visto -contestó el duende-. Conocemos al hombre de rostro taciturno, ceñudo y triste que vino esta noche por la calle lanzando malas miradas a los niños y agarrando con fuerza su azadón de enterrador. Conocemos al hombre que golpeó al muchacho con la malicia envidiosa de su corazón porque el muchacho podía estar alegre y él no. Lo conocemos, lo conocemos.

En ese momento el duende lanzó una risotada fuerte y aguda que el eco devolvió multiplicada por veinte, y levantando las piernas en el aire, se quedó de pie sobre su cabeza, o más bien sobre la punta misma del sombrero de pan de azúcar en el borde más estrecho de la lápida, desde donde con extraordinaria agilidad dio un salto mortal cayendo directamente a los pies del enterrador, plantándose allí en la actitud en que suelen sentarse los sastres sobre su tabla.

-Me... me... temo que debo abandonarlo, señor -dijo el enterrador haciendo un esfuerzo por ponerse en movimiento.

-¡Abandonarnos! -exclamó el duende-. Gabriel Grub va a abandonarnos. ¡Ja, ja, ja!

Mientras el duende se echaba a reír, el sepulturero observó por un instante una iluminación brillante tras las ventanas de la iglesia, como si el edificio dentro hubiera sido iluminado; la iluminación desapareció, el órgano atronó con una tonada animosa y grupos enteros de duendes, la contrapartida misma del primero, aparecieron en el cementerio y comenzaron a jugar al salto de la rana con las tumbas, sin detenerse un instante a tomar aliento y «saltando» las más altas de ellas, una tras otra, con una absoluta y maravillosa destreza. El primer duende era un saltarín de lo más notable. Ninguno de los demás se le aproximaba siquiera; incluso en su estado de terror extremo el sepulturero no pudo dejar de observar que mientras sus amigos se contentaban con saltar las lápidas de tamaño común, el primero abordaba las capillas familiares con las barandillas de hierro y todo, con la misma facilidad que si se tratara de postes callejeros.

Finalmente el juego llegó al punto más culminante e interesante; el órgano comenzó a sonar más y más veloz y los duendes a saltar más y más rápido: enrollándose, rodando de la cabeza a los talones sobre el suelo y rebotando sobre las tumbas como pelotas de fútbol. El cerebro del enterrador giraba en un torbellino con la rapidez del movimiento que estaba contemplando y las piernas se le tambaleaban mientras los espíritus volaban delante de sus ojos, hasta que el duende rey, lanzándose repentinamente hacia él, le puso una mano en el cuello y se hundió con él en la tierra.

Cuando Gabriel Grub tuvo tiempo de recuperar el aliento, que había perdido por causa de la rapidez de su descenso, se encontró en lo que parecía ser una amplia caverna rodeado por todas partes por multitud de duendes feos y ceñudos. En el centro de la caverna, sobre una sede elevada, se encontraba su amigo del cementerio; y junto a él estaba el propio Gabriel Grub sin capacidad de movimiento.

-Hace frío esta noche -dijo el rey de los duendes-. Mucho frío. ¡Traigan un vaso de algo caliente!

Al escuchar esa orden, media docena de solícitos duendes de sonrisa perpetua en el rostro, que Gabriel Grub imaginó serían cortesanos, desaparecieron presurosamente para regresar de inmediato con una copa de fuego líquido que presentaron al rey.

-¡Ah! -gritó el duende, cuyas mejillas y garganta se habían vuelto transparentes, mientras se tragaba la llama-. ¡Verdaderamente esto calienta a cualquiera! Tráiganle una copa de lo mismo al señor Grub.

En vano protestó el infortunado enterrador diciendo que no estaba acostumbrado a tomar nada caliente por la noche; uno de los duendes lo sujetó mientras el otro derramaba por su garganta el líquido ardiente; la asamblea entera chilló de risa cuando él se puso a toser y a ahogarse y se limpió las lágrimas, que brotaron en abundancia de sus ojos, tras tragar la ardiente bebida.

-Y ahora -dijo el rey al tiempo que golpeaba con la esquina ahusada del sombrero de pan de azúcar el ojo del enterrador, ocasionándole con ello el dolor más exquisito-... y ahora mostrémosle al hombre de la tristeza y la desgracia unas cuantas imágenes de nuestro gran almacén.

Al decir aquello el duende, una nube espesa que oscurecía el extremo más remoto de la caverna desapareció gradualmente revelando, aparentemente a gran distancia, un aposento pequeño y escasamente amueblado, pero pulcro y limpio. Había una multitud de niños pequeños reunidos alrededor de un fuego brillante, agarrados a la bata de su madre y dando brincos alrededor de su silla. De vez en cuando la madre se levantaba y apartaba la cortina de la ventana, como deseando ver algún objeto que esperaba; sobre la mesa estaba dispuesta una comida frugal; cerca del fuego había un sillón. Se oyó que llamaban a la puerta: la madre la abrió y los niños se amontonaron a su alrededor, aplaudiendo de alegría, cuando entró el padre. Estaba mojado y fatigado. Se sacudió la nieve de las ropas mientras los niños se amontonaban a su alrededor agarrando su manto, sombrero, bastón y guantes con verdadero celo y saliendo a toda prisa con ellos de la habitación. Después, mientras se sentaba delante del fuego y de su comida, los niños se le subieron en las rodillas y la madre se sentó a su lado y todos parecían felices y contentos.

Pero se produjo, casi imperceptiblemente, un cambio de la visión. El escenario se alteró transformándose en un dormitorio pequeño en donde yacía moribundo el niño más joven y hermoso: el color sonrosado había huido de sus mejillas y la luz había desaparecido de sus ojos; y mientras el sepulturero lo miró con un interés que nunca antes había conocido o sentido, el niño murió. Sus jóvenes hermanos y hermanas se apiñaron alrededor de su camita y le cogieron la diminuta mano, tan fría y pesada; pero retrocedieron ante el contacto y miraron con temor su rostro infantil; pues aunque estuviera en calma y tranquilo, y el hermoso niño pareciera estar durmiendo, descansado y en paz, vieron que estaba muerto y supieron que era un ángel que los miraba desde arriba, bendiciéndolos desde un cielo brillante y feliz.

De nuevo la nube luminosa traspasó el cuadro y de nuevo cambió el tema. Ahora el padre y la madre eran ancianos e indefensos, y el número de los que les rodeaban había disminuido a más de la mitad; pero el contento y la alegría se hallaban asentados en cada rostro, brillaban en cada mirada, mientras rodeaban el fuego y contaban y escuchaban viejas historias de días anteriores ya pasados. Lenta y pacíficamente entró el padre en la tumba, y poco después quien había compartido todas sus preocupaciones y problemas le siguió a un lugar de descanso. Los pocos que todavía les sobrevivían se arrodillaron junto a su tumba y regaron con sus lágrimas la hierba verde que la cubría; después se levantaron y se dieron la vuelta: tristes y lamentándose, pero sin gritos amargos ni lamentaciones desesperadas, pues sabían que un día volverían a encontrarlos; y de nuevo se mezclaron con el mundo ajetreado y recuperaron su alegría y su contento. La nube cayó sobre el cuadro y lo ocultó de la vista del sepulturero.

-¿Qué piensas de eso? -preguntó el duende volviendo su rostro grande hacia Gabriel Grub.

Gabriel murmuró algo en el sentido de que era muy hermoso y pareció algo avergonzado cuando el duende volvió hacia él sus ojos ardientes.

-¡Tú, miserable!

el hada campanilla

a "Campanilla" del siglo XXI es un hada ecológica, moderna y con unos rasgos más actualizados con respecto a la de la película original, "Peter Pan", de 1953, y en este filme da a conocer al espectador el mundo fantástico en el que nació, la Hondonada de las Hadas.

Allí Campanilla descubre que su talento es "tintinear", pero que no está a la altura de sus compañeras Rosetta, Silvermist, Fawn e Iridessa, por lo que no puede viajar a tierra firme. Para ello se pone a estudiar, pero su aprendizaje llega a poner en peligro la llegada de la primavera, ya que son las hadas las responsables de los cambios estacionales.

Jonh Lasseter, director creativo de los estudios de animación Disney, se ha encargado personalmente de la producción de "Campanilla", para lo que su equipo ha utilizado como puntos de referencia los cuentos de hadas de Disney, los libros originales del escritor J.M. Barrie y el clásico "Peter Pan".

La primera vez que apareció Campanilla ante el público fue el 27 de diciembre de 1904 en el Teatro Duque de York de Londres, y lo hizo entre un haz de luz y un sonido de campanas, según informa Disney.

Originalmente se la conocía con el nombre de "Tippytoe", creada por Barrie en el primer boceto de la obra de Peter Pan, y recibió el nombre de Campanilla porque sobre el escenario se utilizaba una campanilla para representar su voz.

Campanilla primero fue diseñada para que fuera morena y luego Walt Disney, después de un proceso evolutivo de 15 años, la convirtió en pelirroja. Marc Davis, uno de los míticos animadores, fue quien diseñó su imagen definitiva en 1951.

El debut televisivo de Campanilla se produjo el día de Navidad de 1951, cuando Walt Disney descubrió los personajes de Nunca Jamás.

el hada campanilla